Esta cruz nos libra del mal de ojo, brujerías y de cualquier ataque psíquico, maleficios, que dirijan en contra nuestra.
Fabricación
Cortar tres palos de madera de cedro del tamaño que se vaya a hacer, en forma de Cruz Patriarcal, es decir, de dos travesaños, pero en lugar de ser el menor el de arriba y el mayor el de abajo, se invierte la proporción, y se empieza con el travesaño mayor arriba y el menor abajo.
Amarra primero el transversal de la cruz y debajo del primero ponemos el otro palo pequeño, poner en un plato hondo hojas de romero y ruda en los más cortos y encima de toda la cruz y por debajo del de mayor longitud un poco de ciprés (pie de la cruz).
Cubrir con agua exorciza o bendita y dejar por tres días a la media noche del tercero se retirará la cruz de agua diciendo:
“cruz de San Bartolomé que la virtud del agua en que estuviste y de la planta y madera que te forman me libren de las tentaciones del espíritu del mal y traiga sobre mí la gracia de que gozan los bienaventurados en el nombre del padre del hijo y del espíritu santo amen.”
Decir la oración quedadamente y repetirla 4 veces.
debe llevarse guardada en una bolsa hecha de seda negra en el bolso bolsillo colgada al cuello o tenerla en un cajón con su ropa. La ruda el romero y el cipres, también van dentro de la bolsita negra.
Algunas personas cosen en la parte exterior por un lado a San Cipriano y por el otro a san Bartolomé.
Modo de usar la cruz
Cuando tema o sospeche la influencia del mal de ojo o vea que sus caminos no son claros; rece y repítala antes de dormir y al levantarse. Bese la cruz y rece la siguiente oración; acompañado de un padre nuestro, un ave María y un Gloria.
“San Bartolomé se levantó,
cuando el gallo cantó,
a Jesucristo encontró
pies y manos le besó,
pies y manos le lavó,
Jesucristo preguntó,
donde va Bartolomé,
Señor con usted me iré,
a los cielos subiré a los ángeles veré,
vuélvete Bartolomé a tu casa
y tu mesón que yo te daré mi don,
en casa que sea penetrada
no caerán piedras ni rayos,
ni morirá niño de espanto,
ni mujer de parto,
ni hombre sin confesión,
el que sabe esta oración
y la reza constantemente
verá a la virgen María
a la hora de su muerte,
quien la sabe y no la reza,
quien la oye y no la aprende,
el día del gran juicio sabrá
lo que esta oración contiene.
Amen”
San Bartolomé en su Hechos Apócrifos
Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios") Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.
El libro muy antiguo, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo de hoy: "San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia.
Cuenta la leyenda que, habiendo liberado del demonio a la hija del rey de Armenia, Polymio; Bartolomé, llevo al rey al templo
Confesión del demonio y destrucción del templo
En un cuarto capítulo, narra el relator del apócrifo el cumplimiento de la promesa de Bartolomé. Desenmascaró en efecto al demonio y le obligó a confesar sus fechorías. Cuando los pontífices estaban ofreciendo sacrificios a los ídolos, se oyeron los gritos del demonio que les imprecaba pidiendo que cesaran de ofrecerle sacrificios no fuera que resultaran castigados tanto como él. Reconocía que se encontraba “atado con cadenas de fuego por los ángeles de Jesucristo” (c. 6,1).
El que fuera crucificado y muerto por obra de los judíos había vencido a la muerte, reina de los demonios, y había encadenado con vínculos de fuego a su príncipe, marido de la muerte. Otorgó el signo de la cruz a sus apóstoles y los envió a predicar su evangelio a todo el mundo. Uno de ellos estaba allí y era el que lo tenía atado. Pedía a sus compañeros que intercedieran por él ante aquel apóstol para que le diera la libertad de marchar a otras regiones.
Bartolomé le preguntó quién y cómo lastimaba a todos los que en aquel templo padecían tan distintas enfermedades. El demonio se sintió obligado a dar todas las explicaciones solicitadas. Su príncipe, el Diablo, los enviaba a lastimar en la carne a los hombres, porque no podían dañarlos en el alma. Cuando los enfermos ofrecían sacrificios de súplica, cesaban los demonios de hacerles daño, lo que era interpretado por los curados como señal de que los ídolos eran dioses y escuchaban sus plegarias. Pero la realidad es que eran demonios, servidores de aquel a quien encadenó Jesús cuando estaba en la cruz. Desde el día en que llegó al país su apóstol Bartolomé, el demonio interpelado confirmaba que estaba encadenado con vínculos de fuego. Si ahora hablaba, es porque se lo ordenaba aquel hombre, ante quien no se atrevían a pronunciar palabra ni él ni su mismo príncipe.
Siguió un largo diálogo entre Bartolomé y el demonio. Quería saber el apóstol por qué los demonios no acababan de salvar a los enfermos. El demonio respondió que ellos procuraban dañar también a las almas, lo que conseguían cuando los hombres creían que eran dioses y les ofrecían sacrificios. Bartolomé se dirigió a los presentes con toda solemnidad y les ofreció el auxilio del Dios verdadero, creador del universo y que habita en los cielos. Debían dejar de creer en las piedras vanas. Si querían que todos aquellos enfermos se vieran libres de sus dolencias, tenían que deshacerse de aquel ídolo, quitarlo de en medio y hacerlo trizas. En tal caso, dedicaría aquel templo al nombre de Jesucristo y a todos los presentes los consagraría con el bautismo.
En aquel momento, a una orden del rey, todos trajeron cuerdas y poleas para derribar la estatua del ídolo. Como no eran capaces de conseguirlo, Bartolomé imprecó al demonio que habitaba en aquella estatua conocida como ASTAROTH: Duque del infierno, hombre con manos y pies de dragón, alas con plumas, sostiene una serpiente y cabalga sobre un perro alado y le dijo diciendo: “Si quieres que no te haga caer en el abismo, sal de esta estatua y hazla trizas. Luego, vete a los desiertos donde ni el ave vuela, ni el campesino ara, ni se ha oído jamás la voz del hombre” (c. 6,4). El demonio salió inmediatamente e hizo trizas toda clase de ídolos desde los mayores a los más pequeños y borró hasta las mismas pinturas. El pueblo entero prorrumpió en un grito uniforme confesando que sólo hay un Dios verdadero, el que predicaba Bartolomé.
El apóstol ratificó la confesión del pueblo recordando algunos pasos de la historia de la salvación a partir del Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, que envió al mundo a su Hijo para que salvara al hombre con su sangre. Ese Dios permanece siempre inmutable “Padre uno con el Hijo, y uno también con el Espíritu Santo” (c. 7,1). Es el Dios que ha enviado al mundo a los apóstoles, dotados con el poder de curar enfermedades, expulsar a los demonios y resucitar a los muertos. Después de recordar la promesa de Jesús de que “todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá”, Bartolomé pidió la curación para todos los presentes con el objetivo de que todos creyeran en el único Dios que devuelve la salud en el nombre de Jesucristo.
Cuando todos respondieron con el “amén”, apareció un ángel dotado de alas quien, volando por los cuatro ángulos del templo, esculpió con su dedo el signo de la cruz en las piedras talladas. El ángel comunicó a los presentes que de la misma manera que los enfermos habían quedado limpios de toda dolencia, el templo quedaría puro de toda presencia diabólica. Pero antes de que desapareciera para siempre, el apóstol lo haría visible a los ojos de todos. Para que nadie se asustara, debían hacer sobre sus frentes la señal de la cruz, y todos los males huirían de ellos para siempre.
El diablo que apareció era un ser a la manera de “un egipcio enorme, más negro que el hollín, con el rostro ovalado y luenga barba, el cabello hasta los pies, ojos de fuego como hierro incandescente, que echaba chispas por la boca; de sus narices salía una llama de azufre, con las plumas de las alas llenas de espinas como un puerco espín. Estaba con las manos atadas a la espalda y sujeto con cadenas de fuego” (c. 7,3). El ángel del Señor habló al demonio diciéndole que, por su obediencia a la orden dada por Bartolomé de purificar el templo de inmundicias, le daba la libertad para marchar al desierto y permanecer en él hasta el día del juicio. El demonio echó a volar y desapareció para siempre mientras el ángel regresó volando al cielo.
Después de esto el rey se convirtió y 12 ciudades más.
Pero, el hermano del rey, el impío Astiages, furioso porque había logrado convertir a su pariente, hizo arrestar a Bartolomé, al que azotaron, desollaron vivo, quitándole toda su piel, crucificándolo vivo con la cabeza hacia abajo en una cruz de cedro rojo y por ultimo decapitado.
Su festividad es el 24 de agosto. Es el patrono de los carniceros y fabricantes de libros.
Cruz de San Bartolomé y San Cipriano
un joven llamado Aglaide se enamora de Justina y la pide en casamiento, que ella rechaza por estar consagrada a Jesucristo. Aglaide recurre a Cipriano para que Justina se rinda a sus deseos, sus hechizos y encantamientos, invocando a los espíritus para que le ayudasen en su empresa.
Todo sin embargo resulta inútil, Justina resiste a toda clase de sortilegios, porque se hallaba bajo intercesión de la Virgen María y auxiliada por la divina gracia de JesucristoO, teniendo además en las rayas de su mano derecha el signo de la CRUZ DE SAN BARTOLOMÉ, la cual por si sola tiene poder contra toda clase de maleficios y encantamientos.
Lleno CIPRIANO el mago, de furor al verse vencido por una tan delicada criatura, se levantó contra Lucifer, y le dijo:
- ¿En qué consiste, OH genio del averno, que todo mi poder se vea humillado por una tan débil mujer?.
¿No puedes tú tampoco con tanto dominio como posees someterla a mis mandatos?
¿Dime luego, Que talismán o amuleto la protege que le da fuerzas para vencerme a mí y hacer inútiles todos mis sortilegios?
Entonces Lucifer obligado por orden divina le respondió:
- El señor de los cristianos es señor de todo lo creado, y yo, a pesar de todo mi dominio, estoy sujeto a sus mandatos, no pudiendo atentar contra quien haga uso del signo de la cruz, de esta se vale Justina para evitar mis tentaciones.
Entonces Cipriano molesto, dice: Pues siendo esto así, desde ahora mismo reniego de ti y me hago discípulo de cristo a sus 30 años, abandonando la práctica de la magia, no sin antes, según la tradición popular, recoger en un libro todos sus conocimientos mágicos.