El niño interior herido está presente dentro de nuestro cuerpo físico. Es una parte que habita en todos nosotros y está para recordarnos qué la autenticidad, la alegría y el disfrute forman parte de nuestra vida. ¿Qué pasa por eso cuando estás tres palabras no están presentes en nuestro día a día? ¿Cuándo la tristeza, la desesperación y la rabia se hacen presentes? Entonces estamos hablando de que nuestro niño interior está herido y se está expresando cada vez que le recuerdan situaciones que vivió en la infancia.
¿Qué significa el niño interior?
El niño interior es una bonita metáfora para definir nuestra esencia, aquella parte dentro nuestro que es frescura, vive en el presente y tiene capacidad de disfrutar de las pequeños instantes de la vida cotidiana. Gracias a nuestro niño interior, podemos sentir emociones, conectarnos con nuestra ingenuidad y ser amorosos con nosotros mismos y con los demás.
Podemos encontrar mínimo dos tipos de niño interior: Un niño interior herido y otro más sano. Ambos pueden convivir dentro de nosotros, en función de las experiencias que vamos viviendo en el presente más inmediato.
El niño interior herido tuvo que crecer antes de tiempo
Todos tenemos secretos y la mayoría de nosotros tenemos alguna herida relacionada con nuestro niño interno. Tal vez nuestro niño interior sensible y vulnerable necesita sanar. Ya sea que nuestra herida fuera provocada por un amigo de la infancia que se mudó lejos, abuso físico o psicológico o una familia disfuncional, el dolor resultante vivirá en nosotros por el resto de nuestras vidas; y puede que tengamos recordatorios inesperados de ese dolor ocasionalmente.
Si nos esforzamos por conectar con ese niño o niña que vive dentro de nosotros, podemos reconectar con alguna de las causas de nuestros temores, fobias y patrones de adultos. Cuando empezamos a entenderlos entonces puede ocurrir una transformación y sanación casi mágicas.
Uno de los asuntos más importantes que necesitamos comenzar a abordar es la curación del olvidado niño interior. Muchos de nosotros nos hemos pasado demasiado tiempo sin hacer caso de nuestro propio niño interior. Tengas la edad que tengas, hay en tu interior un pequeño que necesita amor y aceptación. Si eres una mujer, por muy independiente que seas, tienes en tu interior a una niña muy vulnerable que necesita ayuda; si eres un hombre, por muy maduro que seas, llevas de todas formas un niño dentro que tiene hambre de calor y afecto. Cada edad que has vivido está dentro de ti, dentro de tu conciencia y de tu memoria. Cuando éramos niños y las cosas iban mal, solíamos pensar que algo no funcionaba bien en nosotros, que teníamos algo malo dentro. Los niños piensan que si pudieran hacer las cosas bien, sus padres (o quien sea) les amarían y no les castigarían ni les pegarían. Así pues, siempre que el niño o la niña desea algo y no lo obtiene, piensa: «No valgo lo suficiente. Soy anormal, un retrasado». Entonces, cuando nos hacemos mayores rechazamos ciertas partes de nosotros mismos.
A estas alturas de nuestra vida, ahora mismo, es necesario que empecemos a hacernos íntegros y a aceptar cada parte nuestra: la que hacía el tonto, la que se divertía, la que se asustaba, la que era estúpida y boba, la que llevaba la cara sucia. Todas y cada una de nuestras partes.
Creo que por lo general nos desconectamos, nos cerramos, alrededor de los cinco años. Tomamos esa decisión porque pensamos que algo no funciona bien en nosotros y ya no queremos tener nada que ver con ese niño o niña que somos. También llevamos a nuestros padres dentro. Tenemos en nuestro interior al niño y a sus padres. La mayor parte del tiempo el padre (o la madre) reprende al niño, casi sin parar. Si prestas atención a tu diálogo interno, podrás oír el sermón. Podrás escuchar cómo papá o mamá le dice al niño que está haciendo algo mal o que no sirve para nada. Lógicamente, entonces comenzamos una guerra con nosotros mismos; empezamos a criticarnos de la misma forma en que éramos criticados: «Eres un estúpido», «No sirves para nada», «Otra vez la has fastidiado». Se convierte en costumbre. Cuando nos hacemos adultos, la mayoría de nosotros no hacemos el menor caso de nuestro niño interior, o lo criticamos igual como nos criticaban.
Continuamos con la pauta una y otra vez.
John Bradshaw, autor de varios libros maravillosos sobre cómo sanar al niño interior, dijo una vez que cuando llegamos a adultos llevamos dentro 25.000 horas de cintas grabadas con la voz de nuestros padres. ¿Cuántas horas de esas cintas crees que te dicen que eres un ser maravilloso? ¿Cuántas te dicen que te aman y que eres inteligente y brillante? ¿O que eres capaz de ser lo que desees ser y que cuando seas mayor serás una gran persona? En realidad, ¿cuántas horas de esas cintas te dicen «No, no, no» en todas sus formas?
No es nada extraño que nos pasemos la vida diciéndonos «no» y «debería». Lo que hacemos no es otra cosa que imitar a esas viejas cintas. Sin embargo, son sólo cintas, no la realidad de nuestro ser. No son la verdad de nuestra existencia. Son sólo grabaciones que uno lleva dentro, y se pueden muy bien borrar o volver a grabar.
Cada vez que digas que estás asustado, comprende que es tu niño interior el que está asustado. El adulto en realidad no tiene miedo; sin embargo, el adulto no está ahí para confortar al niño. El adulto y el niño necesitan entablar amistad, hablar el uno con el otro de todo lo que haces. Sé que puede parecer tonto, pero da resultado. Haz saber a tu niño que pase lo que pase nunca le vas a volver la espalda ni a abandonarle. Siempre estarás allí para acompañarle y amarle. Si cuando eras pequeño-a tuviste una mala experiencia con un perro, por ejemplo, digamos que te asustó o incluso que te mordió, tu niño interior tendrá miedo de los perros, aunque tú seas un adulto grande y corpulento. Es posible que veas a un perro pequeño en la calle y que tu niño interior reaccione aterrado: «¡Un perro! Me va a hacer daño». Ésta es una fantástica oportunidad para que tu padre interior le diga al niño: «No pasa nada. Ahora soy adulto. Yo cuidaré de ti. No dejaré que el perro te haga daño. Ya no tienes por qué tener miedo». De esta forma comenzarás a hacer de padre con tu niño.
La curación de viejas heridas
He descubierto que el trabajo con el niño interior es sumamente útil para curar las heridas del pasado. No siempre conectamos con los sentimientos del asustado pequeño que llevamos dentro. Si en tu infancia sentiste mucho miedo y angustia, y ahora te castigas mentalmente, continúas tratando a tu niño interior de la misma forma. Sin embargo, él no tiene ningún otro sitio adonde ir. Es necesario que superes las limitaciones de tus padres. Necesitas comunicarte con el pequeño, que se siente perdido. Tu niño interior necesita saber que tú lo amas.
Cómo sanar el niño interior herido
Vamos a concretar diferentes acciones que podemos hacer para sanar a nuestro niño interior herido:
- Una foto de niño
Visualizarlo e imaginarlo con frecuencia: La imaginación y la visualización son recursos geniales para poder acceder a tu niño interior. No hace falta volver al pasado, ni tener una máquina del tiempo. Con solo cerrar los ojos basta para sentir una conexión emocional con ese niño que un día fuimos.
- Llevar un muñeco representativo contigo
Hablarle y empatizar con lo que sufrió: Este niño herido necesita sentirse comprendido, visto y escuchado por nosotros. Mostrándole nuestro cariño con caricias verbales y descubriremos qué efecto tienen nuestras palabras en él. debes traer tu niño interior al presente, imaginar que lo tomas de la mano y decirle que él no tiene culpa de nada y que tú, desde este momento, lo vas a proteger y a cuidar. Dile que es maravilloso, háblale como tú quieras desde tu corazón, abrázalo, dale besos y dile todo lo que te hubiera gustado que te dijeran tus padres cuando eras niño. Este ejercicio es recomendable que lo hagas todos los días, es un ejercicio de amor diario que él se lo merece y tú también.
3. Abrazarle mentalmente y darle todo el amor que podamos.
Nunca es tarde para tener una infancia feliz y por tanto, nunca es tarde para que este niño reciba todo el cariño que no tuvo en el pasado. Ahora es nuestra misión transmitirselo. También le vas a decir que él es merecedor de todo lo más bonito de la vida, que él es amor, abundancia, paz, felicidad y que a partir de este momento le vas a cumplir sus deseos. Amalo porque es inmenso y él eres tú. Al liberarlo del miedo te liberas tú también.
4. El diario de pensamientos
Busca un cuaderno bonito o una libreta que puedas guardar en el cajón de tu mesita de noche y de vez en cuando escribe algo que te ayude a definir a tu niña/o interior. Sólo tú sabes cómo era en realidad, qué le pasaba, cómo se sentía. Y sólo tú puedes asegurarle que sabes lo que le pasa y que le vas a amar y a proteger. Estas preguntas te pueden servir de guía:
¿Quién era?
¿Qué esperaba mi madre/ mi padre de mí?
¿Qué valoraba mi familia de mí?
¿Qué hice para ser amada/o durante mi infancia?
¿Cómo fue mi niñez?
¿Cómo me sentía?
¿Cuáles son mis mejores recuerdos?
¿Y cuáles son los peores?
¿Por qué lloraba?
¿Cuál era mi miedo más terrorífico?
¿Qué cosas odiaba hacer?
¿Cuáles eran mis secretos?
¿Alguien me decía palabras cariñosas?
¿Cómo lo pasaba en el colegio?
¿Alguien sabía lo que me pasaba?
¿Quién me protegía?
¿Cómo imaginaba mi futuro cuando fuese mayor?…
Y ahora la pregunta es, ¿es importante recordar estas cosas? ¿Sirve para algo?
Pues sí, sirve y mucho. Siempre que queramos vivir de forma consciente y sin ceguera emocional, claro. ¿Si no, qué puede pasar? Pues sin darnos cuenta provocamos una distancia afectiva con los demás y especialmente con relación a nuestros hijos, que es enorme, aunque nuestro discurso engañado nos haga creer que los queremos con locura y que está todo bien.
El tema es que la única manera de poder conectar de verdad con los demás es entrando en ti, y entenderte en profundidad, haciendo consciente todo lo que te ha acontecido.
Escribir este cuaderno que te propongo, no es fácil, es doloroso. Pero la cuestión es que ese dolor se acaba transformando en sanación, porque poco a poco vas liberando, haciendo consciente cosas reprimidas desde hace mucho tiempo.
Así que si te animas a hacerlo y cuando lo escribes, lloras, o te enfadas, o te sale la rabia… Entonces, enhorabuena, es que lo estás haciendo bien.
Métodos complementarios para sanar a tu niño interior
- Recuerda cómo eras de niño y lo que querías
Atrévete a hacer un ejercicio de introspección y recuerda cómo eras de niño, los programas que te gustaban, a qué te gustaba jugar, qué es lo que más extrañas y más. Con esto, traerás a tu mente aquellas memorias que tenías guardadas en un cajón. Parte inicial del proceso es recordar quién eras y a dónde creías ir.
- Deja ir el pasado
Para dejar salir a tu niño interior es importante sanar las heridas, dejar atrás viejos resentimientos y enojos. Quizá sea algo difícil, pero es indispensable aprender a perdonar para que esa mirada al pasado no tenga que ser necesariamente dolorosa. Puede ser que con este viaje atrás ganes claridad y perspectiva sobre ti y tu futuro.
- Cumple ese sueño que abandonaste
¿Qué es aquello que siempre quisiste hacer pero no pudiste? Si dentro de tus deseos estaba ser el mejor chef del mundo o rescatar a todos los perritos de la calle, anímate a ir por ello. Pregúntate por qué lo dejaste y por qué no lo has hecho. Nunca es tardfe para iniciar un sueño. Inscríbete a un taller de cocina o colabora con una asociación de cuidado animal.
- Vuelve a jugar
El juego es algo que como seres humanos tenemos dentro. Nuestras habilidades lúdicas pueden estar muy despiertas cuando somos niños y a medida que crecemos van cambiando o dejando de ser prioridad. Jugar con otros niños, nos ayudan a reforzarlas y a dejar salir ese niño que tenemos dentro. Anímate a jugar con tus hijos, sobrinos o primos.
- Permítete maravillarte con algo
Los niños tienen esa genuina capacidad de asombro con aquello que ven, desde una simple gota de lluvia hasta las olas del mar. Date permiso de maravillarte con algo, un árbol enorme, una pila de hojas o una banqueta cubierta de jacarandas.
- Déjate consentir por tus papás
El lazo padre-hijo tiene un lugar muy importante para el ser humano, sobre todo en la infancia. Si tienes el privilegio de tener a tus padres, disfrútalos, déjate consentir y volver a sentir esa protección de ellos. Ser un adulto no significa que no puedas seguir siendo el bebé de mamá por un día.
- Haz algo espontáneo y creativo
Si debes hacer labores en casa, pon música y anímate a bailar mientras las haces, cambia el color de las paredes de una habitación y pinta algo diferente, prepara un platillo nuevo, organiza una guerra de almohadas, construye un fuerte entre cojines. Al menos por un día, no temas ensuciarte, comer más calorías de lo normal o hacer de la sala un desastre.
- Cómprate un juguete
¿Hace cuánto que no entras a una juguetería? ¿Qué juguete siempre ansiaste tener pero nunca tuviste? Anímate a comprarlo y recuerda qué era lo que tenía de especial. Cúmplete un gusto. Hazlo por ese niño que fuiste. Se lo merece.
- Diviértete como un niño
Al menos por un día, desconéctate del trabajo, olvídate del jefe o de las presiones cotidianas y diviértete. Ve a un parque de diversiones, juega en los columpios, anímate a saltar "avioncito" con tus hijos o sobrinos, haz lo que desees pero revive esa satisfacción única de sentirte niño otra vez.
- Ámate incondicionalmente
Si hay algo que es seguro y que todos los niños necesitan es amor. Aprende a abrazar a tu niño interior, déjalo expresarse libremente, cuídalo, protégelo y mímalo, pues es quizá el mejor vehículo para sentirte pleno, seguro y feliz.
¿Y tú cómo dejas salir al pequeño niño que llevas dentro? Síguenos en redes sociales y cuéntanos cómo es jugar con tu yo interior.